Con derecho a futuro
Por Gustavo Roosen
La urgencia de salir de la crisis, de frenar el deterioro del país, de repensarlo sobre nuevos parámetros y de proyectarlo en el largo plazo sacude hoy la conciencia del venezolano de todas las edades, pero muy especialmente de los jóvenes. Eso explica su posición de avanzada en la protesta y el tono de sus reclamos. Si a alguien golpea dramáticamente la falta de futuro es a la juventud. Es sobre ellos sobre quienes recae más duramente la sensación de tiempo perdido, de camino equivocado, de atentado a la esperanza, de porvenir hipotecado. El reclamo por sus derechos en el presente es, en el fondo, el reclamo al derecho a tener futuro.
En un mundo abierto, cambiante, exigente, en progreso, marcado por la modernidad, su percepción del país actual y del modelo que lo explica no puede anunciarles sino atraso y desesperanza. El esquema no da para más. Por eso se han constituido en voz de la sociedad, expresión de una comunidad agobiada por la inseguridad, la inflación, el desempleo disfrazado, el desabastecimiento y todas las consecuencias de un modelo concentrador de poder, controlador al exceso, depredador de la institucionalidad, improductivo, empeñado en revivir utopías fracasadas. Sus reclamos enfrentan la amenaza a las libertades y la conculcación de los derechos, pero también atienden los temas fundamentales de la calidad de la educación y de la salud, la racionalidad económica, la falta de oportunidades para el desarrollo personal y colectivo.
Conscientes del papel que les ha tocado jugar como inspiración y empuje para los demás venezolanos, su reclamo trasciende las reivindicaciones estudiantiles y pasa a interpretar una voluntad colectiva de modernización, de equidad, de construcción de un modelo social generador de retos y oportunidades, en el cual los derechos dejen de ser aspiraciones y el mañana sea más esperado que temido. Saben que su futuro depende de este presente, que las posibilidades de desarrollo personal están limitadas por el grado de desarrollo colectivo, que no hay esperanza para los individuos en una sociedad sin horizonte ni salidas. Por eso buscan salidas, y las proponen. Por eso, desde su particular perspectiva de estudiantes insisten con razón en la calidad de la educación, único instrumento verdaderamente eficaz para asegurar la movilidad social.
Al levantar su voz han asumido con dignidad su condición de jóvenes, de estudiantes, pero muy especialmente de ciudadanos. Su actuación anima a la sociedad pero simultáneamente le plantea el reto de dar respuesta a su reclamo y de entender un nuevo modo de participación y de acción política que los actores tradicionales no deben menos que considerar y alentar, respetando la frescura del movimiento estudiantil y evitando toda pretensión de conducirlo, apropiarse de él, manipularlo o desfigurarlo. Quienes se incorporan a la vida política en la actual coyuntura venezolana han tenido en su mayoría el acierto de definir adecuadamente su papel, alejándose del riesgo de posturas radicales que no ven manera de construir el futuro sin dinamitar el pasado desde sus cimientos y enterrarlo.
Quienes ven violencia en la protesta estudiantil de esta hora, y más aún quienes buscan desviarla hacia la violencia, no han entendido ni las razones ni el sentido de la lucha en la que nuestros jóvenes se han empeñado. Pocas veces ha estado tan clara la imbricación presente-futuro. Los reclamos tocan el presente pero lo transcienden. No puede ser de otra manera cuando perciben que el modelo que busca imponerse les niega el futuro. No piden que alguien lo construya por ellos. Reclaman, más bien, el derecho a construirlo, pero perciben los caminos cortados. Les suena ya a ironía ser llamados el futuro de la patria y sufrir un presente no deseado. Exigen otro presente, ahora. Aspiran a ser tomados en cuenta, a no tener que ver las oportunidades como quimeras, a no permitir que las esperanzas se conviertan en frustraciones. Y aspiran ahora, para tener futuro.
nesoor10@gmail.com
Artículo publicado en el diario Notitarde del 30 de marzo de 2014.
La urgencia de salir de la crisis, de frenar el deterioro del país, de repensarlo sobre nuevos parámetros y de proyectarlo en el largo plazo sacude hoy la conciencia del venezolano de todas las edades, pero muy especialmente de los jóvenes. Eso explica su posición de avanzada en la protesta y el tono de sus reclamos. Si a alguien golpea dramáticamente la falta de futuro es a la juventud. Es sobre ellos sobre quienes recae más duramente la sensación de tiempo perdido, de camino equivocado, de atentado a la esperanza, de porvenir hipotecado. El reclamo por sus derechos en el presente es, en el fondo, el reclamo al derecho a tener futuro.
En un mundo abierto, cambiante, exigente, en progreso, marcado por la modernidad, su percepción del país actual y del modelo que lo explica no puede anunciarles sino atraso y desesperanza. El esquema no da para más. Por eso se han constituido en voz de la sociedad, expresión de una comunidad agobiada por la inseguridad, la inflación, el desempleo disfrazado, el desabastecimiento y todas las consecuencias de un modelo concentrador de poder, controlador al exceso, depredador de la institucionalidad, improductivo, empeñado en revivir utopías fracasadas. Sus reclamos enfrentan la amenaza a las libertades y la conculcación de los derechos, pero también atienden los temas fundamentales de la calidad de la educación y de la salud, la racionalidad económica, la falta de oportunidades para el desarrollo personal y colectivo.
Conscientes del papel que les ha tocado jugar como inspiración y empuje para los demás venezolanos, su reclamo trasciende las reivindicaciones estudiantiles y pasa a interpretar una voluntad colectiva de modernización, de equidad, de construcción de un modelo social generador de retos y oportunidades, en el cual los derechos dejen de ser aspiraciones y el mañana sea más esperado que temido. Saben que su futuro depende de este presente, que las posibilidades de desarrollo personal están limitadas por el grado de desarrollo colectivo, que no hay esperanza para los individuos en una sociedad sin horizonte ni salidas. Por eso buscan salidas, y las proponen. Por eso, desde su particular perspectiva de estudiantes insisten con razón en la calidad de la educación, único instrumento verdaderamente eficaz para asegurar la movilidad social.
Al levantar su voz han asumido con dignidad su condición de jóvenes, de estudiantes, pero muy especialmente de ciudadanos. Su actuación anima a la sociedad pero simultáneamente le plantea el reto de dar respuesta a su reclamo y de entender un nuevo modo de participación y de acción política que los actores tradicionales no deben menos que considerar y alentar, respetando la frescura del movimiento estudiantil y evitando toda pretensión de conducirlo, apropiarse de él, manipularlo o desfigurarlo. Quienes se incorporan a la vida política en la actual coyuntura venezolana han tenido en su mayoría el acierto de definir adecuadamente su papel, alejándose del riesgo de posturas radicales que no ven manera de construir el futuro sin dinamitar el pasado desde sus cimientos y enterrarlo.
Quienes ven violencia en la protesta estudiantil de esta hora, y más aún quienes buscan desviarla hacia la violencia, no han entendido ni las razones ni el sentido de la lucha en la que nuestros jóvenes se han empeñado. Pocas veces ha estado tan clara la imbricación presente-futuro. Los reclamos tocan el presente pero lo transcienden. No puede ser de otra manera cuando perciben que el modelo que busca imponerse les niega el futuro. No piden que alguien lo construya por ellos. Reclaman, más bien, el derecho a construirlo, pero perciben los caminos cortados. Les suena ya a ironía ser llamados el futuro de la patria y sufrir un presente no deseado. Exigen otro presente, ahora. Aspiran a ser tomados en cuenta, a no tener que ver las oportunidades como quimeras, a no permitir que las esperanzas se conviertan en frustraciones. Y aspiran ahora, para tener futuro.
nesoor10@gmail.com
Artículo publicado en el diario Notitarde del 30 de marzo de 2014.